“Quizá, una vez cada cien años haya una pieza de ciencia ficción que moldee la opinión pública.” – Edgar Rice Borroughs
Colombia entera lanza un grito de desesperación y hastío; un grito que refleja la indignación de todo un país. Indignación que se ha fermentado entre pobreza e indiferencia, entre mentiras y halagos hipócritas, entre crímenes e impunidad rampante. Pareciera ser que el país se hallara a la deriva, como un barco sin capitán en medio de un océano embravecido, a punto de zozobra y con una tripulación interesada sólo en salvarse a sí misma. Colombia ha vivido así por décadas; sin embargo, es apenas en este tiempo “apocalíptico”, si me permiten llamarlo de ese modo, en que cada ciudadano colombiano trata de sacudirse el conformismo y la resignación en la que han vivido desde hace tanto tiempo, para unir su voz al clamor nacional que exige un cambio verdadero.
¿Qué puede hacer un escritor de fantasía ante la avasallante realidad que se vive en las calles? Tal vez lo mismo que puede hacer el manifestante, al erguirse con su pancarta ante una tanqueta que avanza hacia él sin reducir la velocidad o disparando… ¿balas de goma?; tal vez lo mismo que puede hacer una madre al ver que agentes de la policía se llevan a su hijo, halándolo de sus cabellos, mientras a ella la arrojan al suelo, indolentes; tal vez lo mismo que puede hacer un ciudadano que se apresura a registrar con su celular el actuar criminal de quienes deberían salvaguardar el bienestar de los ciudadanos. Tal vez, lo único que un escritor de fantasía puede hacer es, precisamente, lo que la imaginación, el arte y los sueños hacen en la mente y el corazón de los seres humanos, frente a la avasallante realidad: Resistir.
En Colombia, un país en donde la educación es un privilegio, la salud una lotería y el trabajo tan solo funciona con padrinos y “palancas” políticas, para muchos es una locura dedicarse al arte en alma y corazón; más loco resulta soñar con mundos fantásticos más allá de lo real o lo posible. Ricardo Burgos, en su tesis de maestría: “Acerca de la Ciencia Ficción en Colombia” (Universidad Javeriana, 1998), afirmó que la fantasía nos permite: “(…) condenar la servidumbre resignada de la vida cotidiana” para “permitirnos experimentar la libertad”; y, precisamente por eso, en un país como Colombia el simple hecho de soñar con lo Mágico y lo Maravilloso es, de por sí, un acto de resistencia, un grito de rebeldía ante el conformismo de lo establecido; un grito que el “mundo real” asume como un desafío a su absolutismo imperante y, por ende, busca acallarlo al precio que sea.
Hoy, esa misma “realidad” nos muestra una de sus facetas más crueles, inesperadas y caóticas. La llegada del Covid-19 desnudó al mundo y a Colombia, como pocas circunstancias lo hubiesen hecho. La pobreza, la inequidad, la falta de liderazgo y la visión dictatorial de quienes gobiernan, emergieron sin que los medios masivos, al servicio de los regímenes, fuesen capaces de ocultarlos por completo. ¿Quién podría haber imaginado que algo semejante llegase a suceder? ¿Cómo pronosticar, en una época en que los humanos se creen dioses, que un virus pondría a temblar las bases mismas de las naciones? Pues, aunque cueste creerlo, en ésta ocasión los “profetas” que vaticinaron el caos de nuestros días, no fueron otros sino aquellos soñadores y creadores de mundos y de realidades fantásticas, que desafiaron la realidad de sus contextos históricos.
Quienes crecimos con sagas fantásticas, óperas espaciales y distopías, miramos con otros ojos lo que sucede a nuestro alrededor, pues sentimos como si, de alguna manera, los grandes autores de éstos géneros, desdeñados muchas veces por los críticos y profesionales “serios” (y a veces no tan “serios”, como veremos más adelante), parecieran resonar desde el pasado remoto y también desde tiempos recientes, como ecos de una vieja campana que redoblaba para advertir el peligro que se avecinaba, pero que nunca fue tomada en “serio”.
La Ciencia Ficción se conoce como la “Literatura de la Anticipación”, debido a que sus autores destacados han basado sus escritos en los adelantos de la ciencia del “mundo real”, para proyectar desde su imaginación, los posibles horizontes a los que ese conocimiento técnico y científico podría llevar a la humanidad. Algunas proyecciones muestran futuros idílicos; otras, por el contrario, populares en las distopías, presentan escenarios descorazonadores. Todos aquellos horizontes pretenden sembrar en los espectadores la semilla de la duda y la necesidad de cambiar la manera de actuar frente al mundo, ya sea para alcanzar aquel futuro, o para evitar que se vuelva una realidad. Tristemente, aquella campana, cuyo repicar no encontró eco en los oídos sordos de muchos, parece confirmar las palabras de Álvaro Pineda Botero en su obra: “Del Mito a la Posmodernidad” (1990), cuando afirma que: “si el hombre renacentista imaginó un futuro feliz (…) 400 o 500 años más tarde, en la cúspide del desarrollo tecnológico, tales ilusiones no solo no se han conseguido, sino que ya ni es siquiera posible soñarlas hacia el futuro.”
“Yo soy muy malo para la ciencia ficción”, afirmó el petimetre uribista encumbrado en el trono de esta nación, cuando le preguntaron por una serie de documentales que desnudaban la realidad de Colombia; una realidad tan terrible que, a su lado, el más cruel de los universos y la más descabellada de las distopías se quedan cortos. Pero, no contento con desdeñar los documentales, con su nefasto argumento le otorga a la ciencia ficción el rótulo de: “falsedad”. “No son lo mismo la irrealidad y la mentira” afirma Liliana Bodoc en “Oficio de Búhos” (2012): “La mentira es procaz y fácil de destruir. Es una obra despreciable que cualquier necio puede llevar a cabo. La irrealidad es una obra poderosa capaz de cambiar las tierras, las ciudades y los mares”. No puedo evitar pensar que, si aquel petimetre que continúa haciendo oídos sordos a las peticiones de los dirigentes del paro, trabajadores y estudiantes, hubiese tenido la oportunidad de acercarse a la Fantasía y a la Ciencia Ficción, tal vez sería capaz de determinar en qué lugar se encuentra el pueblo colombiano y qué sitio ocupan aquellos que lo oprimen.
Gerard McMurray.
Camionetas de alta gama disparando en Cali.
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