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"Luego de dos siglos de paz, la sombra de una amenaza antigua vuelve a acechar a los Reinos Hermanos. En Ormuz, el Reino de los Hombres, un viejo mago recibe una inusual advertencia; en Alvaheim, el Bosque de los Elfos, extraños sucesos, demasiados para ser simples coincidencias, parecen corroborar los temores del anciano. En el norte desconocido, una fortaleza se levanta en secreto, y un antiguo símbolo de odio se enarbola desde lo alto de sus atalayas, levantadas con hierro, piedra y huesos. Hombres, Elfos, Enanos y Centauros deberán mantener vivas las Alianzas, que hermanan a sus naciones, para enfrentar la amenaza que se cierne desde el norte. La esperanza radica en la sabiduría recopilada en un antiguo libro desconocido y en los poderes de una extraña criatura de leyenda: el Jaguar Dorado. ¿Dónde se oculta esta criatura? ¿Cuál es su auténtica naturaleza? Un joven aprendiz de la Corte de Magos de Ormuz, puede ser la clave para desvelar este misterio místico, que marcará para siempre el futuro de cada pueblo y estirpe a lo largo y ancho de la Tierra de las Cordilleras..."

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martes, 14 de septiembre de 2021

LIBROS AUSENTES Y PANELES PINTADOS

 “Los lugares más calientes del infierno están destinados para aquellos que, en tiempos de crisis moral, deciden mantenerse neutrales” – “La Divina Comedia”. Dante Alighieri.

Pocos saben que Dante Alighieri, además de escritor y político, fue también boticario, es decir, un vendedor que atendía a las personas en las boticas, que eran algo así como las farmacias de aquellos lejanos tiempos en el viejo mundo, a donde los ciudadanos acudían en busca de cataplasmas y brebajes que les ayudaran a curar sus dolencias. Muchos se preguntarán, ¿por qué era Dante boticario? Pues, aunque a muchos les cueste creerlo, el autor ejercía este empleo para así poder vender, junto con aquellos remedios y pociones, los libros que publicaba, mientras escribía su obra magna: “La Divina Comedia” (1321), aquella que marcó un punto de inflexión entre la literatura medieval y la renacentista.

Cuando publiqué mi primer libro, sentí que mi sueño se había hecho realidad, que la lucha de toda una vida finalmente había llegado a su fin. Sin embargo, como la experiencia me enseñó, un sueño no finaliza en el momento en que se cumple, al contrario, tal vez alcanza su punto álgido, pero no termina. Pronto las circunstancias me obligaron a aprender a vender y promocionar ese sueño literario por el que había luchado durante toda mi juventud. Es difícil, muy difícil, ser escritor en Colombia, no solo por los bajos índices de lectura de la población en general, sino porque para la gran mayoría de las personas, escribir no es un trabajo; en el mejor de los casos, la escritura se asume como un simple pasatiempo, como un requisito para ascender en el escalafón laboral y ganar un mejor salario, como un ensueño propio de la juventud pletórica de ideales inalcanzables y, en especial, como un sinónimo de inactividad, de vagancia e improductividad.

Debido a todo lo anterior, la gente piensa erróneamente que los libros crecen en los anaqueles de las librerías y que brotan de sus entrepaños como las frutas en las ramas de los árboles y, tal como se escandalizan ante el precio que el labriego les otorga a sus productos, así mismo les parece desproporcionado el precio que puede llegar a tener un buen libro. Solo el labriego que abre surcos y vela por las semillas sembradas, comprende el duro esfuerzo detrás de cada uno de aquellos frutos que lleva al mercado a vender, muchas veces a cambio de precios injustos. Al igual que aquel labriego, tan solo el autor que se ha desvelado durante años enteros, en busca de esa historia que nadie más puede narrar, es capaz de comprender el enorme trabajo que se encuentra detrás de un libro cuyo precio, muchas veces, está bastante alejado de su auténtico valor.

Descubrir que Dante vendía sus libros en las boticas me llevó a reflexionar, ya que, si un gigante como él no tuvo inconvenientes en comercializar así sus propios libros, ¿por qué tenía yo que avergonzarme de hacer lo mismo? ¿Acaso sienten vergüenza los vendedores de estupefacientes que aguardan a las afueras de los colegios? ¿O los criminales de cuello blanco que desfalcan millones de pesos del erario? ¿O los servidores públicos que vuelven sus armas contra el pueblo que juraron defender? ¿Por qué entonces debía avergonzarme de trabajar honestamente en pos de mi sueño más anhelado? Con el tiempo, ese trabajo me permitió conocer a muchas personas: lectores que se volvieron mis amigos; compañeros artesanos que luchan con las uñas y con su arte para sacar adelante a sus carreras y a sus familias y, especialmente, pude conocer a muchos escritores así como a promotores de lectura que, a su manera, tratan de transformar la realidad que existe en el país, en torno a la literatura, al libro y a la cultura en general.

En varias ferias he trabajado, no solo para visibilizar mis libros, sino para dar a conocer las obras de muchos otros autores, pastusos y nariñenses, con quienes he establecido alianzas para que el público en general descubra la riqueza literaria de la región. Durante tres versiones de la Temporada de Letras de Pasto, antes de que el mundo se pusiera de cabeza, estuve al frente del espacio de los autores nariñenses y constaté, año tras año, cómo en cada ocasión necesitaba un puesto más amplio para poder ubicar las creaciones de tantos hombres y mujeres de gran talento, capacidad y creatividad; que plasmaban en versos e historias, en canciones y hasta en pintura, aquellos mundos que florecían en sus corazones.

Cuando contemplaba las mesas y anaqueles en las diferentes ferias, cubiertos de libros, comprendí que todos teníamos un factor en común: la falta de visibilidad, de publicidad, de difusión, de distribución. Cada escritor hace lo que humanamente es capaz de lograr para promocionar sus obras: ya sea asistir a las ferias con estantes y pendones; promocionar en radio y televisión, gracias a la voluntad de periodistas que comprenden la importancia de estas luchas por la cultura; al pagar publicidad en redes sociales para promover lanzamientos y eventos; incluso el “voz a voz” de cada lector, permite a las obras abrirse camino entre lectores potenciales… Aun así, y pese a todo el trabajo, la mayoría continuamos sin lograr alcanzar la trascendencia que nuestras obras merecen, pues nuestra fuerza y voluntad no son suficientes para ir más allá de las fronteras departamentales, no digamos de las nacionales.

Esta semana descubrí que, mientras los escritores de mi región continuamos buscando resquicios a través de los cuales dar a conocer el trabajo de nuestras vidas; en la 80° Feria del Libro de Madrid de 2021, evento en el cual Colombia es el país invitado de honor, los únicos libros que pueden verse, aparte de algunos de Gabriel García Márquez, son aquellos que se pintaron en los paneles del cubículo; ya que al gobierno, en cabeza de Duque, de su embajador en España y del Ministerio de Cultura, no le conviene que los escritores nacionales denuncien su incompetencia a nivel internacional y, amparados en la idea de la “neutralidad”, decidieron, como en todo régimen totalitario, retrógrado y extremista, hacer una lista de qué escritores se deben leer y qué autores, en cambio, no merecen ser leídos. Este régimen absurdo no solo trata de obligar a la gente a votar por el que diga el jefe inmediato del “presidente”; ahora, además, cree tener el suficiente criterio literario, moral y cultural como para afirmar qué escritores merecen representar a Colombia en el exterior, únicamente porque, a su parecer, escriben de forma “neutral”. Supongo que el criterio del embajador y la ministra de cultura marchan en sintonía con la incapacidad de Duque de conjugar el verbo “querer”…

El mundo entero se lleva, para vergüenza de todos los colombianos, una clara muestra de lo que ha padecido el país en estos cuatro años, pues, así como se pintaron libros en los paneles para disimular la participación de los autores colombianos en España; de igual manera la presencia de Duque en el Palacio de Nariño, no es más que otro panel pintado a la carrera, con la única finalidad de simular una aparente “neutralidad” en la marea política y así poder aparentar un estado de derecho, una democracia verdadera o un gobierno autónomo y legal. Sin embargo, y pese al esfuerzo, resulta imposible negar que el papel de Duque no es más que una vil pantalla maquillada, para ocultar detrás de ella los crímenes de quienes mueven sus hilos de marioneta, además de su propia incompetencia y estupidez; un sepulcro blanqueado de afán y a medio sellar, para evitar que las evidencias de la barbarie, que alberga criminalmente en su interior, puedan ser captados por el fino olfato de la comunidad internacional.

Así, el petimetre uribista y su jefe expresidiario, vuelven a mofarse del pueblo que afirman gobernar. Engrandecen la neutralidad como si fuera una virtud, en lugar de una decisión que puede, a la larga, resultar tan nefasta como puede serlo votar en blanco o no votar para, en lugar de eso, contemplar ballenas. Desdibujan la importancia de educar a un pueblo para que cada uno de sus ciudadanos sean capaces de contar con un criterio propio, de asumir una postura ante los acontecimientos; de comprender que la empatía con el que sufre no puede teñirse de neutralidad, pues no podemos cruzar un río a nado sin evitar mojarnos, ni tampoco determinar la temperatura del agua, si elegimos cruzar un puente por encima de aquel río. Dante Alighieri nos advierte, desde el pasado remoto, sobre el peligro de mantenernos neutrales ante estos flagrantes hechos, que tan solo demuestran lo poco que valoran, a la literatura y a la cultura en general, aquellos bárbaros incultos que nos gobiernan a punta de garrote, aturdidora y calabozo, entre reformas aprobadas a “pupitrazo limpio” y con cientos de “micos” a cuestas.

Y, mientras tanto, los autores en mi región continuamos, como una suerte de pequeños Atlas, cargando en nuestras espaldas los mundos que construimos con palabras y sueños; los recuerdos que, a través de poemarios y ensayos, tratan de mantener vivas aquellas lejanas épocas que, vistas con el prisma del tiempo, parecen ya universos distintos. También figuran los versos que elogian la belleza de nuestro entorno natural, o aquellos que reflejan los turbios avatares del alma humana; y están, por supuesto, maravillosos textos que se escriben en memoria de quienes han partido, no sin antes dejar una profunda huella de amor entre quienes los rodean; o incluso aquellos que pretenden romper con lo establecido, para insuflar nuevas energías a la literatura de Nariño.

Así continuaremos, mientras las fuerzas persistan y aún después de que ya no haya fuerzas para continuar, porque escribir en Colombia es, de por sí, un acto de rebeldía, un síntoma de locura, de inconformidad y de transformación, ya que solo a través del arte, la cultura y la literatura es posible transformar a un pueblo adormilado. Tal y como afirma el Himno a Pasto en su cuarta estrofa: “En la forja imperial las cadenas pesan menos si el pueblo es el Rey”; es a ese “Rey”, al que debemos tratar de transformar, no al pelafustán uribista incapaz de hablar correctamente el idioma español; pues un país se transforma cuando cada ciudadano es capaz de tomar un libro por cuenta propia para explayarse en la lectura, transformar su pensamiento y comprender el alcance que tienen sus actos y decisiones. A ese “Rey” habrá que recordarle las palabras del gran Víctor Hugo en “Nuestra Señora de París” (1831), cuando afirmó: “(…) que soy un hombre de letras y todos los grandes reyes hicieron siempre perlas de sus coronas a sus vasallos letrados. ¿Se vio nunca una manera más extraña de proteger las letras que ahorcando a los literatos? ¡Qué vergüenza, que mancha en la grandeza de Alejandro si hubiera mandado ahorcar a Aristóteles!”

Juan David Bastidas Pantoja.