LIBRO VS TABLET
Para
alguien que concibe los libros como algo más que un simple pasatiempo, resulta
muchas veces molesto que, aquellos que no gustan de la lectura, se acerquen
enarbolando sus nuevos teléfonos “inteligentes” o sus tablets, y aseguren con tono
profético, que los libros están condenados a desaparecer, puesto que en la
actualidad existen dispositivos que permiten tener cientos de obras reunidas en
una simple memoria de datos; lo cual, supuestamente, resulta mucho más
práctico, puesto que el espacio que “ocupan” los libros en una biblioteca,
puede “ocuparse”, para algo diferente aunque, muy probablemente, resulte mucho
menos valioso.
Sin
embargo, para aquellos que no contemplamos un libro como un simple manojo de
hojas de papel, ya que aprendimos a verlos como algo que va más allá de una
imposición académica para obtener una calificación, existe toda una serie de
razones por las que preferimos los libros, a una máquina que reproduce
palabras. Muchos afirman que una tablet resulta supremamente práctica para
muchas situaciones académicas, puesto que resulta más sencillo descargar un
documento, que sacar miles de fotocopias; o tal vez es más fácil tomar una
fotografía del cuaderno de un compañero, para estudiar sus apuntes, que tener
que transcribir con nuestro puño y letra, las temáticas de la clase a la que no
fue posible asistir. Así mismo, cuando es necesario traducir un documento de
otro idioma, es mucho más práctico y rápido contar con diccionarios y
traductores virtuales, que tener que cargar con toda una colección de
diccionarios en el maletín, para obtener una leve idea de lo que el autor quiso
decir, en su propio idioma. Todo esto puede ser cierto pero, hablando con
honestidad, éstas son simples añadiduras y funciones secundarias de éste tipo
de elementos tecnológicos, y no pasan de ser simples argumentos, empleados por
sus propietarios, para justificar las verdaderas razones por las que adquieren
una tablet o un smartphone.
La
verdad es que, la misma razón por la que todo el mundo porta un celular, ha
llevado a que muchos decidan adquirir una tablet, y no es porque les agrade la
lectura o sean, realmente, lectores consumados, sino, simple y llanamente
porque la tablet está de moda. Por alguna extraña razón, pese a los grandes
logros de la tecnología, o tal vez precisamente por estos logros, los seres
humanos, en palabras de Emilie Hernry Gaubreay: “Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar dinero que no
tenemos, en cosas que no necesitamos, para crear impresiones que no durarán, en
personas que no nos importan”. A la hora de la verdad, una persona que
compra una tablet, terminará empleando su instrumento tecnológico para lucir
toda una serie de aplicaciones y juegos, o para descargar llamativos sonidos y
emoticones, o para evitar perderse hasta el más mínimo detalle, de la vida
privada de las personas que conoce, en lo que el presentador y comediante
estadounidense Bill Maher denomina, “una era sin privacidad”. En el mejor de
los casos, y siendo absurdamente optimista, el propietario terminará relegando
al último plano, como la última prioridad, la posibilidad de leer un libro en
su tablet.
La
tablet no pasa de ser una moda y, con el auge de las tecnologías, tal como ha
pasado con los celulares, aquellas que hoy se consideran la última y más
avanzada de las herramientas, en menos tiempo del que puede esperarse,
terminarán convirtiéndose en algo totalmente obsoleto. ¿Increíble?, ¡por
supuesto que no! De ésta manera la tecnología ingresa, como muchas otras modas,
en el incesante círculo vicioso tan común en la era moderna, que se basa en la
absurda lógica de consumir y desechar: En un principio se persuade a la gente a
comprar desproporcionadamente algo, para en poco tiempo, volver a usar los
mismos elementos de persuasión, y convencer a las masas de que, aquello que han
obtenido resulta “obsoleto”, “anticuado” o “lento”, y debe ser “cambiado” de
inmediato por algo que, en ese instante, resulta una muestra de la avanzada
tecnología humana y que, además, se encuentra en oferta por muy pocos días.
Si
bien no es lo mismo crear Literatura, que vender libros; leer por convicción, a
leer por obligación; tampoco es igual obtener una tablet para emplearla en la
inmediatez de las aulas académicas y acercarse superficialmente a un texto, que
profundizar en la literatura con auténtica convicción, para experimentarla como
un aspecto realmente fundamental en la vida de un ser humano. Quien adquiere un
libro, a excepción, claro está, de quienes compran libros porque lo demanda un
docente o una materia del pensum, no lo hacen por moda, ni por “evitar quedarse
atrás”, con respecto al resto de sus allegados. Una persona para quien leer no
es un simple pasatiempo, sino que se trata de una experiencia que va más allá
de la posibilidad de “mantenerse ocupado” en los ratos de ocio; muy seguramente,
al adquirir un libro, no lo hace únicamente porque el libro o su autor estén de
moda, sino porque hay algo del pensamiento plasmado por el escritor en su obra,
que de alguna manera resuena y encuentra eco en la forma de ser, en la perspectiva
de vida, en los sueños inconclusos, en los anhelos sin cumplir y en la voluntad
del lector. Existe, por ende, una identificación, entre lo que le autor escribe
y lo que el lector descubre, tanto del escritor como de sí mismo.
Existen,
además toda una serie de características “prácticas”, que le brindan al libro
ventajas adicionales, sobre las nuevas tecnologías: El libro no se desconfigura
en el momento menos oportuno, tampoco requiere de antivirus y, aunque puede
necesitar encuadernarse, no es necesario llevarlo a cada instante a ser
chequeado, para estar seguro de que no hay “archivos ocultos”, que puedan
desencadenar consecuencias desastrosas. El libro no necesita clave, ni tampoco energía
eléctrica, por lo que si un día se va la luz, basta con un sitio bien iluminado
por el sol, para poder leer en paz. Al libro no se le pierde la señal, por
alejarse un poco del modem, indistintamente de si hay luz en la casa o no. Las
muertes por hurtos a celulares o tablets, tristemente son comunes en la
actualidad; en cambio, nadie tratará de apuñalar a otra persona, para robarle
el libro que llevó a un parque, para leer bajo la sombra de un árbol.
Para
acceder al contenido de un libro, no es necesario encenderlo, poner la clave,
esperar a que el sistema cargue, buscar la carpeta donde se guardan los libros,
abrir aquel que estamos leyendo y, justificar que es más rápido, solo porque
con oprimir las teclas “Cntrl” y “B”, podemos encontrar la página que
necesitamos, aunque esto no evite que, diez minutos después, la batería, que
acabamos de cargar, se encuentre de nuevo en ceros y debemos conectarlo al
tomacorriente más cercano. Al libro basta con abrirlo en el punto en el que
dejamos el señalador, para continuar leyendo.
Finalmente,
mientras un programa puede caducar, el libro no se descontinúa, ni sus
contenidos quedan obsoletos, al quedar obsoleto el programa capaz de
reproducirlo. La habilidad humana de leer un escrito, al contrario de un programa
virtual, no caduca para ser reemplazado por otro que, más temprano que tarde,
tendrá el mismo destino; la habilidad humana para leer y escribir, tal y como
los seres humanos mismos, son facultades que evolucionan y que, orientados
correctamente, pueden alcanzar un alto nivel de trascendencia.
La
sencillez es la gran ventaja que tiene el libro, en oposición a las frías y
deslumbrantes máquinas que reproducen palabras.
Juan David Bastidas Pantoja.
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