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"Luego de dos siglos de paz, la sombra de una amenaza antigua vuelve a acechar a los Reinos Hermanos. En Ormuz, el Reino de los Hombres, un viejo mago recibe una inusual advertencia; en Alvaheim, el Bosque de los Elfos, extraños sucesos, demasiados para ser simples coincidencias, parecen corroborar los temores del anciano. En el norte desconocido, una fortaleza se levanta en secreto, y un antiguo símbolo de odio se enarbola desde lo alto de sus atalayas, levantadas con hierro, piedra y huesos. Hombres, Elfos, Enanos y Centauros deberán mantener vivas las Alianzas, que hermanan a sus naciones, para enfrentar la amenaza que se cierne desde el norte. La esperanza radica en la sabiduría recopilada en un antiguo libro desconocido y en los poderes de una extraña criatura de leyenda: el Jaguar Dorado. ¿Dónde se oculta esta criatura? ¿Cuál es su auténtica naturaleza? Un joven aprendiz de la Corte de Magos de Ormuz, puede ser la clave para desvelar este misterio místico, que marcará para siempre el futuro de cada pueblo y estirpe a lo largo y ancho de la Tierra de las Cordilleras..."

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lunes, 15 de febrero de 2016

La Estrella de Oriente


La Estrella de Oriente

En primer lugar quisiera que, antes de leer el resto del texto, cada quien se contestara, mentalmente, ¿qué creen que significa este símbolo o con qué se lo asocia generalmente?
La historia es mucho más profunda y antigua de lo que creen, y aunque no lo crean, se encuentra estrechamente ligada al concepto de Feminidad. Este símbolo ya era conocido cuatro mil años antes de Cristo. Los antiguos sumerios, fenicios, acadios, babilonios e incluso los egipcios, veían el mundo como un juego cósmico de dualidades, el día y la noche, la vida y la muerte, la luz y la oscuridad y, por supuesto, el hombre y la mujer. Sin embargo, el hecho de que fueran opuestos, no implicaba que fuesen adversarios. Para los antiguos, el planeta que nosotros llamamos Venus, para ellos la Estrella de Oriente, se asoció con los atributos de la mitad femenina del universo, tal vez porque era esta estrella la que anunciaba al sol antes de llegar el alba, y también porque era la primera en anunciar la llegada de la noche. Los antiguos astrónomos de las culturas ya mencionadas, descubrieron que cada ocho años, el planeta Venus trazaba en el cielo una estrella de cinco puntas, por lo que este símbolo pasó a representar a la mitad femenina de la naturaleza y, más específicamente, a la Diosa Madre, dadora de vida, sustento, amor y trascendencia. La influencia de la estrella fue tal, que los griegos tomaron como medida su ciclo, dividiéndolo a la mitad, para llevar a cabo los juegos Olímpicos.

La historia de la Diosa Madre se remonta a épocas más antiguas, cuando el hombre primitivo vivía de la caza y la recolección, en comunión con la naturaleza. De la Tierra brotaban árboles, animales y seres humanos, era la Tierra la dadora de vida y sustento, por ende se convirtió en la Madre Tierra. Las mujeres, precisamente por su capacidad de llevar la vida en su interior y de alimentarla en sus primeros años, eran identificadas, temidas y veneradas por los primitivos hombres como encarnaciones vivientes de la Diosa Madre. Sin embargo, con el advenimiento de la agricultura y el establecimiento de las primeras ciudades, surgió también la guerra, acontecimiento que sólo libraban los hombres, al principio, porque las mujeres como vehículos de la vida, debían protegerse; pero, a medida que la agricultura fue prosperando y las civilizaciones “progresando”, el hombre empezó a creer que podía dominar a la naturaleza, que ésta respondía a sus demandas y lógicas, y que la mujer no luchaba en la guerra porque no era capaz de afrontar dicha tarea. El patriarcado trajo consigo Dioses Guerreros, lanzadores de rayos y castigos, y la imagen de la Diosa Madre empezó a opacarse. Sin embargo, por mucho que fuese el poder del hombre en la guerra y a la hora de transformar el entorno natural en un entrono urbano, existía y existe aún, un poder al que jamás logrará acceder por mucho que se esfuerce, y es el poder de albergar la vida en sus entrañas.

En ese intento por arrebatar el último poder sobre la tierra que le faltaba obtener al hombre, éste empezó a racionalizarlo todo, a medir y a cuantificar “objetivamente” todo cuanto experimentaba. Protágoras aseguró que “el hombre es la medida de todas las cosas”, por ende, el varón es el modelo a seguir y la mujer solo una copia mal hecha del hombre; Aristóteles aseguraba, en su tratado sobre la reproducción, que la mujer era una especie de hombre deforme, tanto así que la descarga menstrual era semen en estado impuro; Eva y la serpiente entre los hebreos, y Pandora entre lo griegos, fueron las culpables de que la raza humana perdiera la gracia de Dios y estuviera asediada por enfermedades y males; por siglos, la inquisición persiguió y torturó a la mujer, acusada de ser “la puerta del diablo”, la tentación por excelencia de la “virtuosidad y templanza del hombre bueno”, la bruja culpable de todo cuanto no podía comprenderse racionalmente; los cultos de fertilidad se convirtieron en aquelarres y la mujer, de ser el vehículo de la vida, se convirtió en vehículo de pecado y perdición. Freud concibió a la mujer como un gran misterio en su psicoanálisis, pero se destaca su teoría acerca de la envidia fálica, y como la mujer desea, inconscientemente, tener un falo igual que el del hombre, aunque debe resignarse a una condición de “castración”. Surge, así, la idea de una mujer incompleta, “carente de algo”, pero estoy seguro de que los antiguos descubridores de la Estrella de Oriente tendrían una opinión muy diferente.

Entre los rituales de fertilidad de muchas culturas, existe uno de origen griego conocido como “Hieros Gamos”, que significa “Unión Sagrada”, en el cual se celebraba la unión sexual entre el hombre y la mujer. En este tipo de culturas, se creía que el hombre era Incompleto Espiritualmente, hasta que tenía conocimiento de la divinidad a través de la comunión con la mujer. El sexo engendraba vida, el milagro más grande de la creación, pero solo los Dioses hacían milagros; por ende la mujer era considerada sagrada, puesto que servía de vehículo para que la vida siguiera abriéndose camino en el mundo. Debido a lo anterior, la comunión con la mujer, a través de la unión sexual, le permitía al hombre sentirse parte de la divinidad, entrar en contacto con los Dioses y ver los designios de Dios en el momento del clímax sexual el cual, fisiológicamente hablando, se acompaña de una fracción de segundo en el que la mente del hombre se queda en blanco, momento que era entendido, antiguamente, como un espacio cósmico de reflexión y clarividencia, de ahí el poder de la mujer en los papeles de pitonisa y tejedora de los destinos de los hombres. La mujer, dirían los antiguos, era la puerta que conducía al cielo, a la sabiduría y a la comprensión del mundo y de sí mismos; tal como lo evidencia un antiguo mito plasmado en sellos sumerios del año 3500 antes de Cristo, donde la Diosa Madre, mucho antes de que Prometeo se robara el fuego, y de que Dios creara el Jardín del Edén, acude al Árbol del Universo, del cual es guardiana una serpiente cósmica, para tomar el Fruto de la Sabiduría y dárselo como regalo al primer ser humano.

El advenimiento del monoteísmo, basado en el patriarcado, chocaba fuertemente con la idea de la Diosa y la divinidad inherente a la mujer, por ello, en su afán por alcanzar la hegemonía total, el monoteísmo absorbió, tergiversó y explicó desde su punto de vista el poder de la Diosa, convirtiéndola en sinónimo del mal para alzarse, de esta manera, como el único vehículo que podía acercar al hombre con Dios; un ejemplo de ello es la Diosa del amor Astarté, de la cultura fenicia, quien para los hebreos (rivales de los fenicios) y posteriormente para los cristianos, pasó a llamarse Astaroth, “gran duque del infierno” que seduce por medio de la pereza, la vanidad y filosofías racionalistas de ver el mundo, llevando a los pensadores y artistas a pensar de forma liberal. Curiosamente, el símbolo de Astaroth es el mismo de Astarté y de otras muchas Diosas: la estrella de cinco puntas. Con la llegada de la Ilustración, el Renacimiento y la inquisición, el hombre volvió a recurrir a la razón para justificar su supremacía. Desde la edad media hasta el renacimiento, el hombre estaba seguro de que todas sus certezas, incluidas las religiosas, estaban fundamentadas en la razón, y que todo tenía una explicación; no es extraño, por ende, que haya sido este periodo histórico el mismo en el que tuvo su auge la quema de brujas.

Sin embargo, pese al transcurrir del tiempo, a los desarrollos tecnológicos e incluso al olvido en el que se ha relegado a los mitos y antiguas tradiciones, la mujer continúa presente, encarnando para el hombre un mundo diferente, extraño y desconocido; recordándole que la naturaleza, la vida y el mundo en general, no se encuentran bajo su poder. Tal vez por eso los hombres aseguran que no hay poder humano que les permita entender a la mujeres. Al verse incapaz de arrebatarle a la mujer su poder como vehículo de la vida para poder diseccionarlo y explicarlo en una secuencia lógica de eventos, el hombre optó por  menospreciar y vilipendiar a la mujer a través de mil maneras, en un principio, cambiando a las Diosas por demonios; convirtiendo a la sexualidad, de un puente para alcanzar el cielo, en un abismo de perdición y a la mujer en un ser lascivo, corrompido y destinado a ser sometido; la estrella pasó a pintarse con sangre por manos ignorantes que creían cumplir con los designios de los infiernos. Con el paso del tiempo, la humanidad aprendió que la naturaleza es corrupta,  igual que la sexualidad, y la mujer (como la serpiente) pasó a ser corruptora de almas. Por todo esto olvidamos el amor, aquella fuerza que, según algunos teóricos, nos llevó de ser simples homínidos a convertirnos en los seres humanos que somos, y aunque las Diosas y los demonios parecieran estar en otro plano, la feminidad sigue siendo tergiversada a través de la discriminación y los prejuicios sociales, morales y religiosos.

Tal vez, esa es la manera en que el hombre esconde su propio temor ante un poder más grande que todo cuanto conoce, un poder al que le debe, incluso, su propia existencia. Tras años de hacer creer a la mujer menos que el hombre, mantenerla siempre como una subordinada de su voluntad, limitando su poder creativo y relegándola únicamente al papel de tener hijos; el hombre logró confundir a la mujer, haciéndola incapaz de reconocer en sí misma a la Diosa que habita en ella, a la Vida que se renueva cada día en su interior. Por eso en el día de hoy, he querido hacer un tributo al recuerdo de esa Diosa del Amor, de aquella engendradora de vida y creadora de realidades, que espera dormida en el alma de cada mujer, con la esperanza de que algún día regrese de su histórico exilio, para ocupar, nuevamente, el lugar que le corresponde en el corazón de la humanidad.

Juan David Bastidas Pantoja.

2 comentarios:

  1. Bueno apreciado Juan te deseo todo el éxito en esta nueva empresa, he escuchado que un blog ha sido para muchos escritores una buena plataforma para darse a conocer...
    Creo que hay una universalidad en este texto que presentas inicialmente y que ahora hay varios textos que suelen ir en la misma dirección de develar esas escenas "ocultas" del devenir de los femenino en la historia de la humanidad e igualmente esos textos también intentan reivindicar ese lugar femenino.
    Creo que también existe un espacio subjetivo, "intimo", que casi nadie revela. Es decir hay una forma de vivir esas realidades desde una interioridad que los textos académicos y con intenciones de cientificidad no suelen abarcar y lo interesante de la literatura es que quizá ella sí nos puede acercar a es espacio...
    La tierra de las Cordilleras es un titulo que insinúa para mi ese espacio intimo o subjetivo, de mi parte es como si añorará encontrar un escrito que diese letras, palabras a las percepciones que cotidianamente nos son comunes pero que no son expresadas en ningún espacio de la creación literaria. O que por lo menos no son lo suficientemente difundidas y conocidas.
    Gracias por crear este espacio y buena suerte.

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  2. Muchas gracias por su comentario y sus buenos deseos. Tolkien, autor de "El Señor de los Anillos", asemejaba la Fantasía como un gran caldero en el que se preparan las ideas, y al que cada nuevo autor recurría para obtener ideas, y al que aportaba con sus ideas propias. A través de éste blog, trato de contribuir con mis ideas en aquel caldero. Muchas gracias por seguir al Jaguar Dorado.

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