Ni el café, ni el maíz, ni la música, ni el arte, ni la literatura, ni el mismo turismo que, en su momento fue la punta de lanza para que Colombia entera aceptara la nefasta política de la “seguridad democrática”, parecen ser ahora los productos de exportación o los grandes baluartes económicos que, según las élites gobernantes, le presentarán al mundo la verdadera cara de Colombia. Los terribles acontecimientos de Haití en la madrugada del 7 de Julio de 2021, demuestran que Colombia ahora tiene, como nuevo emprendimiento naranja de su elitista aristocracia criolla, exportar a sus manzanas podridas, bajo la modalidad de mercenarios y asesinos a sueldo, dispuestos a silenciar con plomo, (porque: “plomo es lo que hay y plomo es lo que viene”), a presidentes de países pobres. No es la primera vez, ya en el pasado, en Venezuela, tuvieron lugar casos similares, como la famosa “Operación Gedeon”, que implicó a militares colombianos.
(https://www.telesurtv.net/news/colombia-fiscalia-operacion-gedeon-20210316-0003.html) (https://agenciabk.net/narco82.pdf)
Qué curioso… mientras el gobierno o, mejor dicho, el des-gobierno de Duque culpa a Cuba y a Venezuela de infiltrar las marchas durante el Paro Nacional, en un intento por derrocar a la supuesta democracia colombiana; en Haití, tropas colombianas, no de paramilitares, sino de ex soldados, incurren a sangre y fuego en la residencia del presidente para torturarlo de forma sistemática, rompiendo sus extremidades y disparándole en puntos determinados de su anatomía, para finalmente asesinarlo. Parece ser que, con el des-gobierno del uribismo, puede aplicarse aquel antiguo adagio de la sabiduría popular, el cual afirma que: “El que las hace, se las imagina.”
El mundo entero ha visto, gracias a la viralización por internet de los videos en vivo durante el Paro Nacional, las atrocidades cometidas por los miembros de la policía en contra de los manifestantes (https://www.youtube.com/watch?v=rmnzeJPpZKg) y, aunque traten de esconder el sol con las manos, afirmando que Colombia no está obligada a acatar los lineamientos y recomendaciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el des-gobierno ha quedado en evidencia, incapaz de hacer nada diferente a tratar de mantenerse a flote en un barco que hace agua por todas partes. Como si lo anterior no fuera suficiente, la noche del asesinado del presidente de Haití, el mundo entero recibió una terrible voz de alerta, pues la violencia de Colombia parece haber crecido de tal manera, que ya las fronteras del país son incapaces de contener el odio por más tiempo y aquellos que viven de la rapiña y el despojo empiezan a extender siniestros tentáculos hacia otros países. Parece ser que ya no les basta con el dolor y el sufrimiento de los colombianos, ahora quieren solazarse con el padecimiento de los ciudadanos de otros rincones de América Latina.
Y mientras las élites gobernantes se dedican a sus terribles y beligerantes “emprendimientos naranjas”, la gran mayoría de los artistas, autores, músicos y profesionales, los auténticos emprendedores y creadores de Colombia, continúan sobreviviendo a duras penas, en una lucha diaria por promover sus creaciones y productos que, debido a la falta de canales de distribución y oportunidades para trascender las fronteras departamentales (¡no digamos las nacionales!), terminan por quedarse estancados y desconocidos para la mayor parte del país.
Colombia es un país envuelto en una red de mentiras que, por muy firmes que sean sus hilos, al final parecen empezar a deshilacharse. A pesar de que hay tantas personas que aún piensan que bárbaros como Uribe son capaces de caer a una piscina sin siquiera salpicarse la ropa, la mayor parte de los colombianos son conscientes, no solo de la verdadera historia detrás de la violencia que ha azotado al país durante los últimos años; también han sido testigos de cómo, en tiempo real, las fuerzas armadas estatales y para-estatales, han hecho frente a las manifestaciones como si de una batalla campal se tratara. La violencia estatal que se ha vivido en las ciudades durante el Paro Nacional, no llega a ser más que una pequeña y macabra muestra, la punta del iceberg en comparación con las masacres que se han perpetrado en contra del pueblo colombiano, en muchas de las cuales no solo el ejército, también la institucionalidad se ha visto implicada.
(https://www.facebook.com/javierospina1992/videos/4757222177627326).
El descaro del des-gobierno y sus secuaces alcanzó proporciones inauditas; un buen ejemplo de ello es el hecho de que, aquellas “gentes de bien” luego de disparar armas (¿de fogueo?) en las marchas, ahora hacen convocatorias para cubrir los murales del Paro, a cuyas jornadas acuden senadoras, auxiliares de policía y empleados de servicios generales que no tienen forma de negarse a una orden de este tipo, por temor a perder el empleo. (https://www.youtube.com/watch?v=xwvXjolPb48).
Por todo lo anterior, el día de hoy Colombia no solo debe continuar cubierta de luto por todos sus hijos muertos a manos de las fuerzas del orden público y el paramilitarismo urbano; además, debe cubrirse de vergüenza, y de vergüenza mundial, pues el veneno que el uribismo ha añejado en las entrañas de la institucionalidad colombiana, ahora brota por diferentes frentes y no solo amenaza con deteriorar aún más al país, sino con contaminar a todo el continente. Colombia debe cubrirse, también, de vergüenza histórica. No solo ofende el hecho de que un total negacionista del conflicto interno como Rubén Darío Acevedo encabece el Centro de Memoría Histórica del país; también ofende recordar que, hace dos siglos, cuando el Pacificador Morillo emprendía la reconquista de las colonias de ultramar a sangre y fuego, Haití, el primer país libre de América Latina, dirigido entonces por el presidente Alexandre Petión, se convirtió en el único refugio seguro para aquellos que se enfrentaban al despotismo de la corona española; Petión, en nombre de Haití, colaboró con la independencia de las provincias de América del Sur, brindando barcos, armas, soldados y pertrechos que serían la base sobre la cual se cimentaría la libertad definitiva de América Latina; lo único que le solicitó a Bolívar, a cambio de su colaboración, fue la liberación de todos los esclavos en los territorios continentales libres del yugo de España.
Fue José Hilario López, en 1851, quien finalmente cumpliría la promesa hecha en su momento al presidente de Haití. Tristemente, dos siglos después, Haití no solo debe cargar con la pobreza y la desigualdad que flagelan a su pueblo, también tiene que soportar la ingratitud de Colombia, pues su des-gobierno, que a diario hace gala de su incapacidad, de su criminalidad y sobre todo de su ignorancia, permitió que soldados, no paramilitares o guerrilleros, sino confirmados ex soldados del ejército colombiano, como en una macabra contradicción histórica, llegaran a esta isla del Caribe, no para luchar por un pueblo subyugado, sino para asesinar cobardemente a su presidente y dejar a la democracia de este país herida de gravedad. “Así le paga el diablo a quien bien le sirve”, afirma otro adagio de la sabiduría popular. Y, al parecer, así es como paga Colombia sus deudas con la historia…
Juan David Bastidas Pantoja.
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