"La culpa no está en lo que bien se dice sino en lo que mal se entiende."
José Eustacio Rivera - "La Vorágine"
Hoy hace cien años se publicó por primera vez “La Vorágine” la gran obra de José Eustacio Rivera, una obra que se ha considerado una auténtica joya de la Literatura Colombiana, por muchos catalogada como: “novela inagotable”, ya que mantiene su brillo a lo largo del tiempo, fascinando a los lectores, antiguos y nuevos, cada vez que se acercan a la magia de sus páginas.
Como autor espero que mi obra logre un ápice del alcance de esta gran historia; sin embargo, pareciera ser que las circunstancias del mundo literario en la actualidad, diferentes a las que vivió Rivera en su tiempo, resultan tan extrañas, confusas y a veces incomprensibles, que fácilmente un escritor puede sentirse perdido entre la densa maleza de la selva, que devoró a Arturo Cova y sus compañeros de viaje.
Hace un par de años, paseando entre los anaqueles de una librería en la ciudad de Pasto, me topé con una obra de Literatura Fantástica que, de acuerdo con su título, era la tercera parte de una saga. Como amante de las sagas de Alta Fantasía, no dudé en preguntar por las novelas que precedían a aquel curioso hallazgo. Mi decepción fue enorme al enterarme que, las dos novelas anteriores habían sido descontinuadas ya que, por orden de la editorial, se habían recogido los títulos publicados antes de cierta fecha en particular, y tan solo estaban disponibles los libros que habían visto la luz, a partir de aquel año en adelante.
Aquella me pareció una decisión absurda, ya que, ¿cómo esperaba una editorial que una saga de novelas pudiese leerse a partir de la segunda, tercera o cuarta parte? ¿Cómo podían los lectores conocer esa historia sin más referencia que un breve resumen? En lo personal, en una ocasión tuve la posibilidad de leer una saga sin conocer el primer libro y, la verdad, resultó una experiencia extraña, como un viaje accidentado, lleno de baches y caídas, en un vehículo al que le faltaba una rueda, o a lomos de un caballo cojo, en el que al final, como lector, me quedé con una curiosa desazón, un mal sabor de boca, con la extraña idea de que haber salido de una casa, dejando atrás muchas puertas abiertas o velas sin apagar.
Sin embargo, con el paso de los años, esa extraña idea de solo promocionar libros de una fecha determinada en adelante, desconociendo los evidentes lazos que pueden existir entre obras que, como en el caso de las sagas, se conectan unas con otras más allá de su fecha de publicación, ya no está presente solo en las decisiones de distribución de las editoriales, en el momento de llevar sus catálogos a las librerías; ahora, además, parece ser una decisión común en espacios destinados a promover la literatura, las letras y la lectura, como, por ejemplo, las ferias literarias.
En algunas ferias solo se pueden presentar libros que hayan sido publicados máximo dos años antes de la fecha en que se lleva a cabo el encuentro literario en cuestión; éste hecho puede tomarse como una forma de evitar la repetición constante de los mismos títulos y autores, para así darle la oportunidad a nuevos escritores de promocionar sus trabajos y renovar, así, el interés de los asistentes por los libros. Aunque es una decisión discutible, para ser sincero, el verdadero problema radica cuando, tal y como le sucedió a un colega escritor (en una feria literaria, de cuyo nombre no quiero acordarme), ni siquiera es posible que los libros publicados en fechas anteriores a los dos últimos años, puedan ser simplemente comercializados y expuestos en el stand de una editorial; llegando incluso a situaciones como revisar el catálogo de cada puesto, para decidir cuáles libros podían comercializarse y cuáles no, de acuerdo con la fecha en que habían sido publicados.
En la película “Corazón de Tinta” (2008), basada en el libro homónimo de la escritora Cornelia Funke (2003), uno de los protagonistas, curiosamente un escritor, afirmó que escribir es una labor solitaria, ya que: “A veces, el mundo que creas en la página es mucho más amistoso y alegre que aquel en el que vives”. Y decisiones como estas, que afectan directamente a los escritores, en especial a quienes autoeditamos y autopublicamos nuestro trabajo, parecen corroborar las palabras de aquel escritor ficticio. Si no podemos comercializar nuestras obras por una simple cuestión de fechas, ¿cómo podemos aspirar a que el trabajo literario, al que hemos dedicado gran parte de nuestras vidas, pueda alcanzar algún día un ápice del reconocimiento y trascendencia que tiene “La Vorágine”? ¿Acaso el estilo, género y temática de una obra no son aspectos mucho más importantes y trascendentales que simplemente la fecha en la que vieron la luz? Si, como dijo la escritora y editora colombiana Lucía Donadio: “La escritura requiere de un tiempo que no es el tiempo normal de la vida”, ¿por qué rechazar (por no decir: “desechar”) un libro, con toda la magia que pueden encerrar sus páginas, por una simple cuestión de fechas?
Qué paradójico resulta que, por una parte, se celebren los cien años de publicación de “La Vorágine” pero, al mismo tiempo, se empiecen a poner tantos extraños obstáculos a los nuevos escritores, que tratamos de lograr que nuestra voz no se pierda en la historia. ¿O es que acaso se está celebrando este año el centenario de la gran novela de Rivera, solo porque, a alguien se le ocurrió que, a partir del 2025, en las ferias literarias solo se podrán vender y promocionar obras que tengan menos de ciento un años de publicación? ¿Qué pasará entonces con clásicos como “Drácula”, “La Ilíada” o “Don Quijote”, entre tantos otros títulos, que llevan existiendo de generación en generación, a lo largo de más de cien años? ¿De qué nos sirve a los autores colombianos, esforzarnos en crear obras, con la esperanza de que trasciendan más allá de las regiones, el idioma, las tendencias o la época; si a fin de cuentas, son los mismos entes que promueven la lectura, quienes le ponen a nuestro trabajo una inmerecida fecha de caducidad?
Juan David Bastidas Pantoja